La cuarta revolución industrial se caracteriza por el efecto disruptivo que la aplicación de la tecnología y la ciencia tienen en la industria. Esta aplicación de las nuevas tecnologías da como resultado nuevas formas de entender cada modelo de negocio y de tratar y generar la información que, a resultas, crean nuevos modelos de organización y procesos productivos. La industria 4.0 hay que situarla en la interacción de la tecnología, la ingeniería y la generalización del “data science”.
Para entenderlo mejor podemos imaginarlo como una sociedad aparte donde los dioses creadores serían los informáticos, los sabios serán los analistas del Big Data, el entorno y el ecosistema sería el IoT (Internet de las cosas) y sus habitantes los productos inteligentes con softwares incorporados. Productos que gracias a sus sensores captan información de su entorno, se comunican entre sí, estén donde estén y que toman decisiones propias y descentralizadas.
Estos productos pueden ser máquinas industriales que actuarán de la misma forma, pero incorporadas al sistema productivo de fábricas inteligentes. Máquinas que se gestionan y que se comunican máquina a máquina requiriendo sólo de atención humana prácticamente para su mantenimiento (por ahora). Máquinas comunicadas con el mundo digital que pueden reconfigurarse para flexibilizar la cadena productiva a niveles nunca vistos adaptándola en tiempo real a las necesidades de cada cliente y con el máximo de calidad posible al mínimo coste.
Pero aún no estamos ahí, estamos comenzando el camino y para llegar a su destino final la sociedad y el mundo industrial tienen que recorrer un camino no demasiado largo pero que tiene sus fases.
En su libro "La Industria 4.0 en la sociedad digital" de Antoni Garrell y Llorenç Guilera, definen diez fases que la industria debe acometer para lograr el ansiado objetivo de transformarse en Industria 4.0. Nosotros hemos reducido esas fases de diez a seis para una mayor concreción. Estas fases son:
Es decir, transformar la información en conocimiento. Como hemos explicado en posts anteriores la tecnología no lo es todo. Sobre todo, la tecnología en sí no es garante de que seamos capaces de alcanzar el máximo de la capacidad productiva que dicha tecnología sea capaz de ofrecer potencialmente. Estos autores sugieren que el éxito reside en “poner el flujo de información que acompaña o constituye los procesos como eje central a optimizar” para así lograr “el cumplimiento estricto (…) de los requisitos predefinidos del producto”. El objetivo es evitar los costes de su no cumplimiento alcanzando así el máximo del binomio calidad-productividad.
Dicho de otra manera, conseguir que la información se convierta en conocimiento al alcance y servicio de todos para configurar una cultura empresarial de calidad y productividad que minimice errores y aumente las posibilidades de acierto en la toma de decisiones.
Las fábricas inteligentes podrán servirse de las cadenas de suministro inteligentes, es decir, con comunicaciones extremadamente ágiles y redes colaborativas a nivel global interconectadas en tiempo real. Eso les permitirá decidir, por ejemplo, qué procesos externalizar y qué procesos estratégicos asumir en casa. ¿Igual qué ahora? No, de ninguna manera. Estos procesos externos no deberán estar “asignados” sino que podrán decidirse en base a la capacidad productiva disponible de una serie de proveedores acreditados que publicarán esta capacidad para captar clientes. A su vez, estas fábricas inteligentes serán tan flexibles que sus cadenas de producción podrán atender una variedad de productos y gamas nunca vista y a una calidad y coste sin precedentes. Todas estas interacciones serán del todo imposibles sin una cadena de suministro inteligente, hiperconectada, visible, transparente y extremadamente eficaz, eficiente y flexible.
En este sentido cada fabricante requerirá soluciones de software personalizadas, acordes a sus posibles necesidades de producción, quizá en ocasiones interese externalizar un servicio como el de ingeniería o diseño y en otras directamente un proceso productivo y cada empresa deberá personalizar sus sistemas informáticos para que sirvan a sus necesidades particulares.
Por otra parte, la industria 4.0 deberá ser absolutamente sostenible. Hoy sigue siendo una cuestión más moral que legal, pero a medio plazo, será una cuestión vital y por tanto ese orden se invertirá y como siempre y hablando en términos estrictamente económicos, la compañía que no se anticipe, sufrirá. Los clientes de la siguiente generación no serán tan benévolos con estas cuestiones como lo son todavía la generación de hoy.
Ciencia, tecnología e ingeniería aunarán esfuerzos para crear productos, servicios e industrias con innovaciones disruptivas que mejoren la vida de la sociedad sin destruir el planeta. De otra manera sería absurdo que pretendiéramos calificar a nuestras empresas, a nuestros productos y a nosotros mismos como “inteligentes”.
Las posibilidades que este nuevo escenario de la Industria 4.0 son tan extensas que cuesta imaginar dónde estaremos en apenas diez años más. Con niveles de flexibilidad tan altos, con comunicaciones tan fluidas, interconexiones, fabricación colaborativa, eficaz y eficiente, personalizaciones a nivel industrial, control de costes en tiempo real, disminución de errores e incidencias, máquinas que hablan entre sí y deciden, cadenas de suministros y logísticas flexibles y eficaces y con una repercusión cada vez menor de la mano de obra humana sobre los costes de producción y distribución, ¿Seguirá siendo Oriente el proveedor del mundo?
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