>
*
Vamos a hablar en esta ocasión de las dos tecnologías de codificación de datos más conocidas: los códigos de barras ( CB en adelante) y la más reciente, RFID.
En esta publicación mi principal objetivo es el de reflexionar acerca del uso que hacemos en nuestro día a día de los CB y RFID, y sobre lo que nos pueden aportar.
Realmente, el alcance de estas tecnologías va más allá del mero seguimiento de la trazabilidad de los productos. Toda aquella gestión que se nos pueda ocurrir y que requiera de una identificación de objetos, sea cual sea el objetivo, es susceptible de ser mejorada sustancialmente con cualquiera de los dos sistemas.
Me refiero, por ejemplo, a que el hecho de que los productos que pasamos por caja en el supermercado lleven un CB, normalmente EAN13, no persigue una trazabilidad del mismo, sino una agilidad a la hora de leerlos. ¿Imaginamos a la persona de caja tecleando a mano los códigos de todos los productos que nos tiene que cobrar?
Un CB por sí mismo no nos proporciona trazabilidad. Tampoco un TAG (tarjeta que almacena información) de RFID lo hace. Son un medio para lograr un fin, con un tiempo de respuesta mucho mayor que el que nos pueda dar una gestión manual. Es decir, almacenan información que puede ser explotada de forma muy rápida por un sistema de información con múltiples finalidades, una de las cuales es obtener una trazabilidad total de un determinado lote de productos.
Conozco empresas que llevan un sistema de trazabilidad muy completo y no utilizan ni códigos de barras ni RFID. Como mucho, etiquetan la mercancía con información humanamente legible. Llevan no obstante un riguroso control de la información a través, sobre todo, de ofimática y del ERP. El problema es que el tiempo de respuesta es muy grande: pueden tardar horas, cuando no días, en elaborar un informe de trazabilidad completo ante un problema grave en alguno de los lotes de los productos que fabrican, pues deben buscar manualmente los datos en muchas fuentes.
Otras, en cambio, trabajando con CB simples (EAN13, DUN14) y complejos (EAN128) y sistemas de radiofrecuencia combinados con escáneres fijos de lectura, almacenan la misma información de una forma más rápida, normalmente exenta de errores. Todo va a un repositorio de datos único del sistema de información. La obtención de un informe completo de trazabilidad es cuestión de minutos, cuando no de segundos.
Y luego tenemos los casos más extraños, empresas con sistema de CB implementado pero “para los demás”. Me refiero a que a pesar de etiquetar de forma completa, con CB, sus productos e instalaciones, inclusive las ubicaciones del almacén, no le sacan después provecho para su propia gestión. La trazabilidad se vuelve lenta de nuevo.
No nos engañemos: sin la cultura empresarial adecuada y los procedimientos necesarios, todos esos medios no sirven de nada al menos en cuanto a trazabilidad se refiere. No sólo del concepto lote debemos identificar productos y materiales empleados, así como fechas de caducidad. También debe constar información del entorno: fechas de recepción, proveedores, máquinas y operarios que han intervenido en la producción o manipulación, material auxiliar utilizado, etc… Asimismo, cuando tratamos con materias primas o mercaderías y productos terminados sujetos a una gestión de importaciones y exportaciones, las variables que intervienen en el entramado del seguimiento de la trazabilidad se multiplican (documentos aduaneros, certificados sanitarios, permisos, seguimiento de embarques, entidades implicadas).
Todos conocemos el CB. El sistema RFID lo vamos al menos a describir brevemente par saber de qué hablamos: Radio Frequency IDentification, sistema basado en etiquetas o tarjetas (tags) que almacenan y transmiten información a través de ondas de radio, apoyándose para ello en antenas y lectores. Toda esa información es recogida y gestionada por un software denominado middleware que se encarga de integrarla con el resto de sistemas de información de la empresa.
Realmente, convivimos con la RFID más de lo que podamos imaginar. Algunos ejemplos que podemos encontrar cercanos a nuestra actividad cotidiana son:
- Si tenemos perro y le hemos puesto el famoso “chip”, realmente le hemos colocado un TAG pasivo que va a permitir, en caso de necesidad, identificar los datos del dueño.
- En tiendas, por ejemplo de ropa y calzado, las “alarmas” no son más que tags que si no son desactivados por quien nos atiende, se detectan en el arco de salida y hacen saltar una alarma. Las tiendas más “fashion” prefieren integrar los lectores en las alfombras de salida para no tener colocados esos aparatosos arcos de salida.
- Tarjetas de los coches “manos libres”: son realmente tags activos que permiten desde la apertura y cierre de las puertas al acercarnos/alejarnos, hasta la memorización de los datos críticos del coche cada vez que lo arrancamos y paramos.
- Control de equipajes en aeropuertos para realizar automáticamente la distribución (cross-docking) de las maletas hacia una de los n posibles aviones que las estén esperando.
- Si compramos un artículo por internet y nuestro proveedor es capaz de informarnos en tiempo real de cómo va nuestro pedido e incluso por dónde va nuestro artículo, es porque éste tiene un tag que permite su seguimiento por donde quiera que vaya.
En la próxima ocasión hablaremos más de las aplicaciones de RFID en entornos de empresas distribuidoras, fabricantes y operadores logísticos.